La muerte de un niño: Triste radiografía de nuestra escandalosa desigualdad Francisco de Ferari Correa Ya ha pasado un poco de tiempo de la agonía y muerte de Felipe Cruzat. Me imagino que sus familiares y amigos siguen llorándolo y reflexionando sobre el porqué y el para qué de semejante calvario. Durante todo el tiempo de angustiosa espera de un corazón, el país entero estaba movilizado y conmovido por este niño y por la preocupante y urgente necesidad de la donación de órganos. A mí me pasaron varias cosas con todo esto: por un lado me entristecía la dura realidad de aquella familia y me sentía profundamente unido a ella, y por otro lado me hizo pensar en lo terrible que es la desigualdad en Chile. Pero, ¿a qué va esta última reflexión? He aquí el meollo de lo que quiero suscitar. Al ver la tremenda cobertura que le dieron los medios a este niño en particular y no a los demás casos que diariamente están sufriendo en la soledad de los hospitales públicos de Chile, me nace preguntarme, ¿qué diferencia un sufrimiento de otro? ¿Qué hace que se le ponga más atención a este niño en particular que a tantos otros que ni siquiera aparecen en las noticias? ¿Es que hay grupos humanos que merecen más atención y preocupación que otros? ¿Por qué hemos de llegar a este punto? A mi parecer, lo que hemos podido ver es una clara manifestación de la escandalosa desigualdad que hay en nuestro país y que muchas veces, y en especial en situaciones como esta, se expresa en su plenitud. Esto no quiere decir que esté mal la cobertura dada a Felipe, sino que sería bueno que se utilice la misma cantidad de minutos en la televisión y páginas en un diario en cada caso, y no sólo cuando el sufrimiento proviene del barrio alto. Por otra parte, y como otra manifestación de nuestra escandalosa desigualdad, la Iglesia también queda en deuda. Es tremenda la “cobertura” eclesial que se le dio a esta familia, vuelvo a repetir, no está mal, muy por el contrario, pero me parece triste ver que en nuestras poblaciones hay gente que muere en la soledad de su existencia sin que siquiera su comunidad local lo sepa (mejor ni preguntarse por el Párroco del lugar). Para la misa de los funerales eran más de 10 sacerdotes los que acompañaron a Felipe e incluso hasta el Cardenal Arzobispo de Santiago co-celebró. Al ver todo esto, vuelven a surgirme preguntas, ¿y para las demás situaciones qué queda? ¿Porqué tanta cercanía y preocupación con algunos y el olvido e invisibilidad de otros? ¿Es que la cercanía de Dios se ha de manifestar más claramente en aquellos lugares? Sabido está que la distribución de sacerdotes en los barrios altos de nuestro país es un cuarto en comparación con los sectores marginales, es decir, hay cuatro veces más sacerdotes en los barrios acomodados de Santiago que en las poblaciones olvidadas; quizás por eso se puede entender con mayor claridad el porqué de tantas hermanas y hermanos que han sido muy bien acogidos en Iglesias hermanas (por ejemplo la Evangélica) al ver un cierto olvido de la nuestra. ¿Dónde quedan las fundantes opciones que provienen del mismo Jesús? ¿Es que la opción por los pobres sale a la luz únicamente cuando sobra el tiempo o para las misiones de verano? Concluyendo, quiero recalcar que el problema no es con esta familia en particular sino más bien con la tristeza que me genera darme cuenta de que como país no somos tan solidarios como creemos que somos (síndrome Teletón) y que es urgente e imprescindible de que si queremos festejar el próximo año el Bicentenario es imperioso tener en cuenta de que hay grupos humanos enteros que no tienen porqué festejar y que sólo lo podrán hacer cuando haya una preocupación real y sincera para con ellos.
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