Por Alberto Toutin ss.cc.
Con la renuncia al papado ante el consistorio de cardenales, Benedicto XVI ha realizado paradójicamente uno de los gestos más significativos de su pontificado.
Para penetrar en el significado de este gesto ha habido diversas estrategias. Una ha sido el de poner este gesto de renuncia en el contexto de la historia de la Iglesia, de anteriores renuncias de papas en ejercicio -Benedicto IX (1045) Celeste V (1294), Gregorio XII (1415), entre otras-. Esta puesta en perspectiva sin duda ayuda a situar el gesto de Benedicto XVI, en la memoria larga del caminar de la Iglesia, a reconocer las condicionantes cada vez particulares que incidieron en cada una de las dimisiones. Si bien el mundo del siglo XI, XIII y XV es muy diverso del mundo del siglo XXI, y casi sin comparación posible, sin embargo ello pone una primera exigencia para ahondar en este gesto de Benedicto XVI, a saber que, su decisión personal y libre, está inevitablemente marcada por las condiciones históricas y contextuales de la Iglesia en el mundo hoy. Cada uno, según sus competencias y lugar en el mundo puede señalar dichas condicionantes Tan sólo para abrir el fuego, señalo: Una Iglesia que enfrenta el desafío no sólo de buscar nuevas formas de evangelización ad extra sino también de acoger como discípula, en su interior, la profecía y las exigencias del Evangelio del que es portadora. Una Iglesia que busca situarse no sólo ante la diversidad y pluralismo religioso y cultural de nuestro mundo sino también del pluralismo que existe dentro de la Iglesia e incluso, de modo más doloroso, las divisiones que desfiguran el rostro de la Iglesia; una Iglesia que reconoce con justicia y humildad, llamando por su nombre las defecciones y los abusos de poder -en el ámbito sexual y en el ejercicio pastoral- y pone los límites y necesarios controles al ejercicio de todo servicio. Una Iglesia que, en el Vaticano II, tomó una renovada conciencia de su condición de servidora de la humanidad y de ser un Pueblo convocado por Dios, con diversidad de ministerios y carismas, y que todavía no logra generar los canales fluidos de comunicación, de debate y de participación al interior de ella misma, etc. Cada uno podría alargar la lista de elementos contextuales que han podido hacer aún más pesada la carga del ministerio petrino sobre los hombros de Benedicto XVI.
Otra estrategia ha sido la de hacer como si el papa, con su gesto de renuncia, hubiese ya muerto, al menos en lo que su función se refiere. De hecho, inmediatamente tras su renuncia, los diversos medios de comunicación presentaron los grandes hitos del pontificado de Benedicto XVI, sus logros, los desafíos que ha debido enfrentar. Incluso el vocero de la Santa Sede, expresaba su perplejidad, al no saber de qué modo referirse a Benedicto XVI, cuando se inicie el periodo de Sede Vacante. En realidad ante la renuncia del papa, se activó el dispositivo que se ha aplicado en los últimos casi 600 años, es decir, notas necrológicas, más o menos laudatorias, balances provisorios y especulaciones del que será el futuro papa. Pero el papa Ratzinger no ha muerto, sigue vivo. De modo que tampoco su muerte social, da cuenta ni explica el gesto de su renuncia.
Para aproximarse tan sólo a esta decisión y a su alcance me ha parecido importante considerar otros elementos, probablemente más invisibles que no son tanto del orden de las condicionantes históricas o sociopolíticas ni de la muerte mediática, sino de lo que sucede en ese espacio sagrado que es la conciencia de una persona.
En primer lugar, la conciencia de límites. Primero los propios, los de la edad avanzada, con la consiguiente debilidad de sus fuerzas, hace que resulte muy difícil sobrellevar el peso del pontificado. Y luego, los límites de los (dis-)funcionamientos de la curia, en donde ni siquiera la correspondencia privada del papa, estaba protegida con la debida privacidad y la confianza de sus cercanos colaboradores. No por casualidad, decide pronunciar su declaración, el 11 de febrero, día mundial de los enfermos. “Pero si las fuerzas no acompañan, es normal que pueda pasar la carga a otra persona”, decía una vendedora en la feria, en palabras llenas de buen sentido y aprecio por el papa. Es verdad que el mismo papa, en la declaración de renuncia, señala que dicho ministerio se ejerce no sólo con las obras y las palabras sino también padeciendo y orando. ¡Quién puede entrar en esa dimensión orante y paciente del papado de Benedicto! Es una tierra sagrada que puede permanecer oculta incluso para el que las vive. Pero, al menos reconocer, los límites personales que pueden impedir el ejercicio de una tarea, es señal de una sana conciencia.
Y luego, la decisión tomada en conciencia ante Dios. La declaración de la renuncia de Benedicto ha sido sobria, sin estridencias. ¿Y podría ser de otro modo para hablar de lo que pasa en lo secreto de la conciencia de un hombre que se pone ante Dios, para decidir con responsabilidad lo que debe hacer hoy, en este momento de su vida, atendiendo a sus responsabilidades y a la gravedad de este acto? No estamos acostumbrados a este tipo de ejercicio, menos viniendo de alguien que está en ejercicio del poder –¡ni más ni menos que el del supremo pontífice¡-, y dando cuenta sobriamente en público de esta decisión. Ninguna cámara puede cubrir ese hecho doblemente invisible, de una decisión madurada en la intimidad de la conciencia y de ésta ante Dios. El gesto de Benedicto cobra toda su relevancia no sólo por la envergadura de la decisión sino también por el camino recorrido para llegar a ella, actuando en último término, conforme a la conciencia en diálogo con Dios. Sin que sea un gesto magisterial en sentido técnico de la palabra, Benedicto sienta un precedente doblemente significativo pues por un lado, pone en evidencia, cuán importante es el ejercicio del poder con una conciencia que no decide por sí y ante sí sino que es responsable delante de Dios y de la Iglesia. Y, por otro lado, con su gesto señala que dicho ministerio tiene límites, que no es “para siempre” sino que puede ser ejercido de acuerdo con las fuerzas que, por lo demás, serán siempre inadecuadas para la carga de la responsabilidad.
Conciencia de límites y conciencia responsable delante de Dios y de la Iglesia el ejercicio el pontificado; Son dos señales potentes que vienen como una bocanada de aire fresco para la Iglesia. Señales que, por lo demás, han sido leídas, en amplios sectores de la Iglesia y de la sociedad, con respeto y admiración. Además, estas señales han dado a las palabras y gestos de Benedicto, una autoridad moral especial, cuando, hace suya la crítica de Mateo a la hipocresía religiosa que, en obras de piedad (ayuno, oración y limosna) busca más bien aparentar, agradar al público, anhela el aplauso y la aprobación que ser fiel al Dios Padre que ve en lo escondido. O también cuando destaca que el núcleo del relato de las tentaciones es la voluntad que acecha al hombre y mujer religioso de instrumentalizar a Dios y ponerlo al servicio de los propios intereses, de la propia gloria y éxito. Paradójica autoridad que viene de un papa anciano que, en el ejercicio de su poder, ha querido ser tan sólo…más consciente.
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