(*) Por Matías Valenzuela ss.cc.
1. Descripción de la crisis.
Hoy por hoy se habla de la crisis de la Iglesia, al menos de la Iglesia chilena, puede sonar un poco fatalista o exagerado, pero en algún sentido estamos en una situación que podemos considerar crítica, con lo que ello implica de desafío y oportunidad. Esto no sólo dice relación con hechos acontecidos al interior de la propia Iglesia sino también con el cambio de época que nos ha tocado vivir en el que todas las instituciones ven tambalear su poder y ven cuestionados sus paradigmas. Por otro lado, la sociedad del siglo XXI es mucho más crítica y ese cuestionamiento, que también podemos realizar nosotros desde adentro de la Iglesia, no nos hace heterodoxos ni cismáticos, sino que es expresión de una necesidad sentida por muchos, de que en la comunidad creyente y particularmente en la Iglesia católica, haya una opinión pública,es decir un espacio donde podamos discutir con libertad de espíritu, donde nos interpelemos y opinemos desde el evangelio.
Es difícil señalar un solo aspecto de la crisis por la que pasa hoy la Iglesia, porque seguramente depende desde dónde mire uno, desde qué lugar y desde qué experiencias. Por un lado, lo primero que surge como planteamiento es distinguir entre lo que ocurre en la Iglesia de base y la Jerarquía, porque en las pequeñas comunidades la gente sigue participando y construyendo vínculos, sigue siendo un lugar que da sentido y alegra el corazón. En cambio si uno mira hacia la jerarquía de la Iglesia en Chile surgen críticas y desalientos. Ahora bien, ese análisis también es simplificador, porque también a nivel de las comunidades hay fragilidades que se notan y que son nuevas y tienen que ver con el cambio cultural que vive el país. A esto se agrega un ambiente secularizado en que se plantean preguntas, tanto a la participación en instituciones religiosas como a la fe misma. Son, por lo tanto, muchos los fenómenos asociados a la crisis que vivimos.
Los casos de abusos que se hicieron públicos en los últimos años y en el mundo vinieron a mostrar la fragilidad de las personas y de una institución que se estaba haciendo vieja, sin querer cambiar. Se producen quistes donde las personas se aferran al poder y buscan por todos los medios mantenerse ahí. Por eso Benedicto renunció y por eso el papa Francisco se enfrenta a grandes dificultades. En Chile esto tuvo graves consecuencias, ya que entre los causantes de abuso había sacerdotes muy conocidos e influyentes, entre los cuales me parece que el más emblemático, por el impacto y el dolor que ha causado es Fernando Karadima. A eso se sumó que la actitud de la jerarquía eclesiástica, en mi opinión, fue negligente. Cuando se levantaron voces de alerta el poder que detentaban los involucrados hicieron que las víctimas no fueran oídas y sólo los medios de comunicación con la presión de la opinión pública lograron que se encararan los hechos y se investigara y sancionara.
Todo esto nos ha llevado a una crisis de credibilidad de la que so
lo se puede salir reconociendo con honestidad y transparencia nuestras responsabilidades, aún a riesgo de tener que pagar indemnizaciones y perder prestigio. Los obispos han dado pasos en esta línea, pero no son suficientes y es un error afirmar que las víctimas le han hecho mal a la Iglesia cuando es al revés, porque han ayudado y están ayudando a purificarla, en el sentido de hacerla más transparente y verdadera.
Todo eso me hace pensar en el episcopado mismo, en lo amarrado que está a la hora de dar pasos hacia una mayor transparencia. Todo eso tiene que ver con una imagen de Iglesia, con un modelo que está en crisis. No da para más una Iglesia en la que no podamos cuestionarnos y corregirnos, donde las cosas se oculten y se escondan, donde sea más importante el prestigio que las personas, donde sean más importantes los que ejercen cargos de poder o de influencia que cualquier fiel, que todo bautizado y en definitiva, que cualquier persona. Se debe dar pasos hacia una democratización de las estructuras de la Iglesia, ese es un claro signo de los tiempos. Necesitamos espacios de conversación y de discusión abierta y horizontal, sólo así caminaremos juntos, necesitamos mucha mayor sinodalidad.
2. Causas de la crisis.
Pienso que entre las causas de la crisis hay circunstancias que se unen. Por un lado, el cambio cultural en que destaco el acceso masivo a la información y a las comunicaciones y junto a ello un anhelo de la población de transparencia de las instituciones y de las personas que los representan. Con lo cual aquellas personas que siempre hemos considerados “líderes” y que en alguna época eran intocables hoy están acosados y son el principal objeto de todos los cuestionamientos. Hoy todo el mundo es más crítico y está más consciente de sus derechos. La inculturación del evangelio hace que nos afecten todos los cambios de la sociedad, que los vivamos como propios, para bien y para mal, por lo que es indispensable vivir de cara a la realidad y a partir de ahí responder con el evangelio de Jesús.
Otro aspecto cultural que me parece relevante en la crisis es el que se vincula a la juventud y a las personas en general, en que muchos buscan abrirse al mundo y a su diversidad. Esto es muy propio de la modernidad en Occidente. Donde cada uno quiere formar su criterio en diálogo con los otros, con los diferentes, y luego de ello, con una mirada más amplia, tomar posición, decidir, optar. Están muy lejos de querer cerrarse o de aceptar relatos únicos. Eso les lleva a tomar distancia de lo que les parece dogmático, rígido o añejo y en cambio validan la experiencia y el testimonio que perciben coherente y verdadero.Esto se nota particularmente en el ámbito de la moral donde los jóvenes, en nuestro país, se han alejado mucho de la visión que la Iglesia ha planteado tradicionalmente, ya que en algunos aspectos no les parece una aproximación a la vida de las personas basada en el amor. Por ejemplo, a los jóvenes no les hace sentido el rechazo al desarrollo afectivo de las personas de diferente condición sexual.
En esta crisis de pertenencia – a todas las instituciones – uno de los puntos que me parece clave es la cultura del consumo, del descarte como la ha llamado el Papa, y que es fruto de la cosmovisión neo-liberal donde cada uno se percibe aislado y solo, luchando por su sustento o por sus intereses, desconfiando de todos los demás, ya que en cualquier momento pueden pisotearme. Olvidando que la vida se construye en relación. Toda la desconfianza que hay, fruto de hechos concretos de abuso, se ve incrementada por la exacerbación del individualismo, al cual debemos resistir con todas nuestras fuerzas, porque sólo abriéndonos los unos a los otros en una mutua interdependencia seremos capaces de dejaremos alcanzar por el Tú de Dios.
Por otro lado, en la misma Iglesia conviven dos modos de ser, uno que es clerical y autoritario e incluso alejado de la realidad de la gente. Donde además está incubado el peligro de no ponerse al servicio de las personas sino de servirse de ellas. Y,a la vez, un modo de ser Iglesia más fraternal e inculturado, donde se refuerza la igualdad fundamental de todos los bautizados y se explicita que el sacerdocio ministerial existe y adquiere su sentido al servicio del sacerdocio común de todos los cristianos. Este último es un modelo de Iglesia que se abre más al diálogo con los no creyentes y con la sociedad civil en general y busca espacios de encuentro con la diferencia. Esta contraposición de dos maneras de ser iglesia se vio agravada con la sociedad sacerdotal del Bosque, por el tipo de formación que se brindó ahí y por la influencia que tuvo y tiene en la Iglesia de Santiago y de Chile, perdiéndose de vista lo central, que es el evangelio y Jesús mismo.
Por último, me parece que entre las causas de la crisis actual que vivimos como Iglesia en Chile está el descrédito de nuestros pastores (como ocurre con la clase política y con el empresariado), quizás sea injusto hacer de ellos un juicio global y apresurado. Pero el hecho es que percibo la falta de liderazgos que sean aglutinadores y orientadores, en torno a los cuales podamos sentirnos unidos y caminando. Es una sensación de falta de liderazgo que sea inspirador. En esto ha ayudado el papa Francisco, él con su figura ha venido a subsanar las ausencias locales, pero no basta, se necesita un episcopado que aglutine desde la humildad y con los pies en el barro.
3. Propuestas de acción.
Debemos comunicarnos y conversar y discutir mucho más. Y no podemos hacerlo de espaldas a los pastores sino que ayudándolos a cumplir su rol, porque sólo así podemos caminar juntos en una misma dirección. Es necesario crecer en la capacidad de escucharnos desde nuestras diferencias, con respeto y valentía, buscando juntos la voluntad de Dios, esto implica espacios más abiertos y plurales. Para ello debemos ejercitarnos yaprender a generar una opinión pública en la Iglesia.
Debemos poner los ojos fijos en Jesús para buscar en sus actitudes y opciones aquellas pistas que nos muestren cómo enfrentar el momento presente de la vida de la Iglesia y del mundo, animados por su mismo Espíritu, con toda su fuerza inspiradora e interpeladora.
Necesitamos escuchar mucho más las necesidades y los anhelos, las preocupaciones y los planteamientos de las personas. Necesitamos estar mucho más atentos a la realidad y desde ahí escribir, predicar, rezar e invitar a contemplar el paso de Dios y hacia dónde y desde dónde nos está llamando. Para ello necesitamos estar mucho más cerca de los pobres.
Necesitamos incrementar en el modo de hacer las cosas en la Iglesia un estilo fraternal y horizontal y hospitalario, tanto en el ejercicio de la autoridad como en el caminar diario, en todas las acciones de la Iglesia necesitamos transparentar el amor de Dios manifestado en Jesús, sólo así seremos una luz en el devenir y para la gente valdrá la pena acercarse y dejarse tocar por la palabra que les llevamos.
Todos necesitamos hacer un examen de conciencia para ver de qué manera estamos contribuyendo a la crisis de la Iglesia y también de qué modo podemos ayudar a superarla.
Entre lo concreto, pienso que podríamos pedir que se convoque a un sínodo a nivel nacional o al menos en la Iglesia de Santiago. Y comunicar lo que pensamos, a nuestro pastores, incluido el Papa, con la mirada que tengamos,y ofreciéndonos a acompañar el momento presente desde el diálogo y la crítica constructiva, desde el cariño y la interpelación mutua. También debemos fomentar la formación comunidades donde la vida sea leída desde la mirada de Jesús y así caminando juntos seamos capaces de recorrer los caminos de Chile y de la Iglesia, hoy.
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