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Esteban Gumucio

Las emociones y nuestra jerarquía, a propósito del resistido nombramiento del obispo de Osorno

Pienso que la Iglesia jerárquica, siguiendo la invitación del papa Francisco, debe cultivar más a fondo la empatía con la sociedad actual, y en especial, con los jóvenes. Aumentar la capacidad de implicarse en el dolor del otro (Iglesia-hospital de campaña), de pedir perdón, de mostrarse más humanos y frágiles y no “sobrenaturales”; más cercanía con las víctimas, pues de otro modo, se profundizan los sistemas de exclusión y abuso de poder.

*Por René Cabezón Yáñez ss.cc.

Según la ontología del lenguaje, las emociones son definidas como “disposiciones para la acción”. Y las emociones comprometidas en el nombramiento del obispo Juan Barros como pastor de Osorno -como siempre sucede- implican a todas las partes involucradas: a los que propusieron a Barros y lo apoyan incondicionalmente; a él mismo, quien ha mantenido un tono monocorde y cara de resignado o impertérrito a ratos; y a los contrarios a este nombramiento. Las emociones nos afectan a todos sin excepción y siempre están presentes en nuestras acciones y decisiones, unas más exteriores y otras más discretas e implícitas.

En este caso, las emociones y acciones de la mayoría del pueblo católico no han sido validadas, incluso podríamos decir que han sido ignoradas por la jerarquía local, así como también desde la Santa Sede y su aparato burocrático.

Recordemos que Jesús de Nazaret fue un hombre de emociones: lo vimos alegre y proclamando las bienaventuranzas como el máximo consejo para sus discípulos, triste frente a la muerte de su amigo Lázaro, enojado con los vendedores del templo, sintiendo compasión por los enfermos y marginados, temeroso ante la muerte de cruz, esperanzado por el Reino de su Padre, pidiendo misericordia y no sacrificio, predicando el amor con hechos y no con palabras o dando la vida por sus amigos y la humanidad, entre otras emociones.

El mismo papa Francisco ha resumido lo esencial del Evangelio en la emoción de la alegría y ha invitado a desarrollar otra emoción más, la ternura. Él nos ha llamado a mostrar un Dios amor y misericordioso y así realizar la “revolución de a ternura” (E.G.88).

La filosofía del lenguaje y su vertiente ontológica nos puede dar pistas para acercarnos y entender las raíces profundas de estas reacciones que nos permitan empatizar mejor con las personas que las están viviendo, y no solo juzgarlas.

Me apoyaré en el método de la denominada “Reconstrucción lingüística de las emociones” (Julio Olalla) para exponer brevemente una guía que puede enriquecer al “sujeto observador” que somos.

Las emociones han sido clasificadas en 6 grupos, de los cuales comentaremos algunos. Un grupo de cuatro emociones relacionadas con la preocupación por la identidad pública o privada que generamos como consecuencia de nuestras acciones. Ellas son: arrepentimiento, culpa, vergüenza y bochorno (turbación). Podrían agregarse otras, como remordimiento y humillación.

El análisis de la reconstrucción lingüística utiliza la siguiente lógica que nos da luces a lo que estamos viviendo:


La culpa: Afirmo que hice (o no hice) X. Juzgo que no debí (o debí) haberlo hecho. Juzgo que he violado mis propios principios y valores. Me juzgo como un ser humano inferior. Declaro que no me puedo perdonar. Declaro que merezco ser castigado.

Esta emoción es gatillada por eventos que juzgaremos que afectan nuestra identidad privada. Revela estándares y valores que son generados en nuestras más antiguas tradiciones y creencias.

En el caso Karadima-Barros se da esta emoción en varios actores de manera diversa: Karadima y Barros no reconocen nada. Ellos no han admitido errores en sus acciones. Y por otro lado, las víctimas fueron presa de la culpa y se victimizaron por décadas hasta que se atrevieron a enfrentar los hechos y superar, en parte, la culpa.

La vergüenza: Afirmo que hice (o no hice) X. Juzgo que no debí (o debí) haberlo hecho. Juzgo que he roto algunos estándares de esta comunidad. Juzgo que esto afecta negativamente mi identidad pública. Ofrezco mis disculpas a los afectados. Declaro mi deseo de desaparecer de la faz de la tierra.


Aquí yo distinguiría dos tipos de predisposiciones para la acción: *En un caso, el reparar los daños causados, ofrecer disculpas y encarar el juicio de la comunidad. *En el otro caso, la disposición a esconderse y no enfrentar.

Podríamos llamarles la vergüenza responsable y la vergüenza irresponsable, respectivamente. A buen entendedor, pocas palabras…

Hay otro grupo de emociones que están conectadas a nuestra preocupación por el destino o suerte de otra gente o por acciones que realizan y que no necesariamente nos afectan en forma directa. Estas son: Solidaridad, envidia, admiración, desprecio, compasión y lástima son algunas de ellas.

La compasión: Afirmo que a P le ocurrió X. Juzgo que como consecuencia de X, P está sufriendo. Acepto que todos estemos sujetos a tales riesgos como parte de la vida. Declaro que sufro con el sufrir de P. Declaro mi disposición a ayudar.

Esta emoción ha estado muy presente en laicos y agentes consagrados (sacerdotes, diáconos, religiosas), cuando se manifiestan de manera abierta y atrevida en contra del nombramiento del obispo Barros.

Otras emociones tienen que ver con nuestra preocupación por la defensa de lo que consideramos nuestra independencia, autonomía y dignidad: los celos, la rabia y la indignación.


La rabia: Afirmo que X ha ocurrido. Juzgo que “alguien” (o algo) es responsable de eso. Juzgo que X ha dañado mis posibilidades. Juzgo que X es injusto (abusivo, descuidado). Declaro que deseo castigar a ese “alguien”. Esta emoción es en la que más han habitado muchos creyentes y no creyentes por el nombramiento de Barros. Solo así se explica la virulenta reacción en la Catedral de Osorno cuando este tomaba posesión de la diócesis.

La rabia se transforma en indignación cuando queda la sensación de que se rompe una “promesa”, en este caso, cuando la iglesia se compromete a la tolerancia cero frente al abuso, a creerle a las víctimas y a castigar severamente a los culpables. Estas promesas no son entendibles para la opinión pública cuando se traslada al obispo Barros a la diócesis de Osorno.

Por último, destacamos aquellas emociones que son gatilladas por nuestras propias acciones: orgullo, arrogancia y satisfacción.


La arrogancia: Afirmo que he hecho X. Juzgo que lo hice porque normalmente sé cómo funcionan las cosas. Declaro que es raro que yo no sepa algo. Juzgo que la mayoría de la gente es menos inteligente que yo. Juzgo que la gente generalmente no sabe nada. Declaro no estar dispuesto a escuchar a nadie.

Me animo a sacar algunas afirmaciones preliminares que debemos tener en cuenta en nuestra vida pastoral y sobre todo cuando ejercemos roles de autoridad. Al mirar las noticias televisivas y sintonizar con las propias emociones que he sentido en estas semanas, frente al nombramiento del obispo Juan Barros como pastor de Osorno, con el consabido rechazo transversal de un importante número de personas de esa ciudad y a nivel nacional (en estos últimos días también a nivel internacional), estamos enfrentados más allá de las razones pastorales, sociales, teológicas y morales, a una dimensión tan humana, aunque poco considerada al momento de la toma de decisiones y la mantención de ellas: el mundo de las emociones. A todas luces las emociones implicadas en la mayoría de los actores que han intervenidos en este lamentable nombramiento episcopal han sido ignoradas o minimizadas por nuestros pastores y, especialmente los que han tenido en sus manos la idea de proponer al Papa Francisco, este nombramiento. Pareciera que se cumple ese refrán popular que dice: No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero en este caso se ha estado ciego, sordo y mudo frente a un clamor de emociones como el “miedo, la rabia o la pena…” El pastor designado contra el parecer de muchos, pide racionalmente que se le escuche y se le dé una oportunidad para que se le conozca y se le crea. ¿él ha hecho el mismo esfuerzo escuchando y recibiendo a las víctimas como pide el Papa que en este caso son sus acusadores directos? ¿Es razonable, desde las emociones, esperar que se le crea y se le dé una oportunidad ante tan errático comportamiento en su polémico vínculo al condenado Karadima? ¿Se ha realizado el mismo ejercicio a la inversa? Pareciera que es una solicitud unilateral que no hace empatía con las emociones imperantes. Pienso que la Iglesia jerárquica, siguiendo la invitación del papa Francisco, debe cultivar más a fondo la empatía con la sociedad actual, y en especial, con los jóvenes. Aumentar la capacidad de implicarse en el dolor del otro (Iglesia-hospital de campaña), de pedir perdón, de mostrarse más humanos y frágiles y no “sobrenaturales”; más cercanía con las víctimas, pues de otro modo, se profundizan los sistemas de exclusión y abuso de poder.

* René Cabezón es religioso de los Sagrados Corazones y Coach ontológico.

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