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Esteban Gumucio

Nuestros vecinos, nuestro prójimo

Por Comunidad 21 Oriente SS.CC., población Joao Goulart, parroquia San Pedro y San Pablo, en Santiago (Sergio Silva ss.cc.)

En nuestro proyecto de comunidad para este año hemos querido acentuar tres aspectos, entre ellos, la vecindad. Decimos en el proyecto que “se trata de hacernos vecinos (una variante más concreta de “prójimo”), tanto de nuestros vecinos de la población, especialmente del pasaje, como de los hermanos que constituimos la comunidad”.

El tema ha salido con frecuencia en nuestra oración común, sea en general, sea pidiendo o dando gracias por casos específicos. Hemos invitado también a tomar once una tarde a un matrimonio que llegó muy recién casados al pasaje y ha hecho su vida en él. En la conversación, nos han compartido su dolor por el deterioro progresivo que constatan en las relaciones entre los vecinos y por el avance notorio de la droga: en los poco más de 100 metros del pasaje hay una señora que distribuye droga, hay un vendedor y más de tres casas en que se consume droga habitualmente.

Esa es quizá la única acción explícita de “vecindad” que hemos hecho. Sin embargo, pareciera que este acento nos ha ido intensificando las relaciones con los vecinos. Constatamos que, cuando nos encontramos con ellos en el pasaje, nuestro saludo se ha hecho más cordial y que nos hemos dado tiempo –sobre todo cuando regresamos en la tarde a casa– para breves o no tan breves conversaciones, que, en ocasiones, han llevado también a servicios ministeriales. Compartimos aquí a los lectores la experiencia de uno de los miembros de la comunidad.

Volvía en una tarde cálida a casa. Don Juan, nuestro vecino del frente, regresaba también en su silla de ruedas. Hace algunos años sufrió un accidente vascular cerebral que lo dejó hemipléjico. La rehabilitación no fue total. Ahora se mueve en su silla, que no la impulsa con las manos, pues uno de sus brazos no tiene fuerzas, sino con el pie sano, con la particularidad de que lo hace “marcha atrás”, avanzando de espaldas a la realidad, pues hacia adelante tampoco tiene la fuerza suficiente. Mi saludo por su espalda lo hizo darse la vuelta y detenerse. Le gusta conversar, así que nos dimos tiempo. Recordó las misas que celebraba el P. Esteban en el peladero que hoy desde hace unos dos años es una hermosa plazoleta triangular en la esquina del pasaje con la calle Lula da Silva; cada participante en la misa debía llevar su silla. Eso lo llevó al tema de la bondad de Esteban y al contraste con todos los escándalos que se han ido destapando; pero, me dijo, no hay que poner a todos los sacerdotes en el mismo saco. Y añadió que, a su juicio, los sacerdotes deberían casarse. Le retruqué que también hay casados que abusan, incluso de sus propios hijos. Lo reconoció sin problema, pero su punto era otro: al casarse y tener familia, el sacerdote no viviría en la soledad que vive hoy, habría alguien en su casa al volver de su tarea. Quedamos de acuerdo en que el celibato debería ser una opción libre y no obligatoria.

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