Por Raúl Pariamachi ss.cc.
Hemos vivido una jornada histórica, durante la celebración de la ordenación episcopal de Mons. Carlos Castillo y su inicio del ministerio como arzobispo primado de Lima (evento que duró cinco horas y media). Sin duda, ha sido una celebración con muchos signos, que suscitan esperanza en la Iglesia de Lima. Para no extenderme demasiado quiero destacar solo algunos de estos signos.
Carlos quiso retomar la tradición de Toribio de Mogrovejo, que caminó de san Lázaro a Lima, por la calle de los desamparados, para tomar posesión de su cargo. Para Carlos, san Lázaro es como Betania (casa de los pobres) y Lima es similar a Jerusalén, de manera que cruzar el puente de piedra, que lleva desde la vieja iglesia de san Lázaro hacia la catedral de Lima, era partir desde los marginados, para que la misión se vuelva fecunda, al punto que Lima se sienta llamada a convertirse a Jesús. En efecto, en el camino encontramos a muchas personas de las comunidades donde ha trabajado Carlos, con carteles y sus gritos, que cantaban al son de una banda de música popular, bajo el fuerte sol limeño. Un colega comentó: “Caramba, parece que las cosas van a cambiar”.
Los sacerdotes nos ubicamos en nuestras sillas, esperando la entrada de los obispos. Para muchos fue una sorpresa ver que al lado de Carlos venía el padre Gustavo Gutiérrez, no con báculo sino con bastón. Una vez en el presbiterio, Gustavo se ubicó a la derecha de Carlos, mientras que a su izquierda estaba el cardenal Cipriani. Y un poco más adelante, fue Gustavo el presbítero encargado de presentar a Carlos, ante el Nuncio, para que fuera ordenado. Otro colega dijo: “¡Las vueltas que da la vida!”. Sea como fuera, confieso que me emocioné, porque conozco un poco la exclusión que ha padecido Gustavo.
Desde el inicio de la eucaristía se adivinaba que sería una celebración diferente. Esta vez el canto no estuvo dominado por el órgano y el violín, sino que también pudimos escuchar el charango y la zampoña, animados por el Grupo Siembra: “Los pobres se levantan, tu pueblo en marcha está, nadie se acomode, el Señor vendrá…”. Luego de muchos años se dejaron oír las palmas de los fieles al ritmo de la música. En el momento del Cordero, el propio Carlos empezó a caminar batiendo las palmas y animando a todos a acompañarlo. Me parece que el pueblo se sentía en su catedral.
La homilía del Nuncio fue contundente, apasionada. Me llamaron mucho la atención sus exhortaciones al nuevo arzobispo, porque no solo elogió la calidad humana y pastoral de Carlos, sino que lo invitó a estar cerca de la gente, a “pedalear” la ciudad (en alusión a la costumbre de Carlos de andar en bicicleta). Mis colegas aplaudieron mucho cuando dijo que un obispo tiene que escuchar a sus sacerdotes, que no es posible que los haga esperar días, meses o años para darles una cita. Valdría la pena releer la homilía del Nuncio, que seguro será publicada en breve.
Me agradó también la manera sencilla en que participaron obispos, sacerdotes, religiosas y laicos, sin la rigidez innecesaria de otras ocasiones (hasta me provocó ternura ver a los acólitos acercase sonrientes para que Carlos se lavara las manos). Cuando Luis Bambarén se aproximó, en el momento de la imposición, Carlos le besó las manos con mucho respeto. Entre las personas que subieron a saludarlo hubo religiosas “sin hábito”, aquellas que algunas veces fueron marginadas por no llevar un hábito (soy testigo de esos hechos). Carlos abrazaba y bendecía a cada persona con mucho afecto.
Hubo más signos que señalar, pero dije que sería breve. Por último, las palabras de Carlos (se podrán leer en Internet). Fue el mensaje propio de un pastor y teólogo, que siempre se destacó por la síntesis entre ambos servicios a la Iglesia. Cuando siendo joven escuchaba a Carlos me llamaba la atención que pudiera hablar “en doble registro”: a nivel académico y a nivel pastoral. Su discurso duró veinte minutos, eran casi las dos y treinta de la tarde cuando finalizó citando a Vallejo (no resisto la tentación de transcribir los versos, porque Vallejo es Vallejo).
«¡Unos mismos zapatos irán bien al que asciende sin vías a su cuerpo y al que baja hasta la forma de su alma! ¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán! ¡Verán, ya de regreso, los ciegos y palpitando escucharán los sordos! ¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios! ¡Serán dados los besos que no pudisteis dar! ¡Solo la muerte morirá! ¡La hormiga traerá pedacitos de pan al elefante encadenado a su brutal delicadeza; volverán los niños abortados a nacer perfectos, espaciales y trabajarán todos los hombres, engendrarán todos los hombres, comprenderán todos los hombres!»
Y digo yo, Dios quiera que estos signos se traduzcan en hechos. Que así sea.
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